sábado, 22 de marzo de 2008

En La peninsula Arabiga

Antes de que el Profeta, la paz y las bendiciones de Dios sean con él, recibiera el mensaje Divino y lo difundiera entre sus gentes, la mujer árabe carecía de todo derecho, era menos apreciada que un caballo o que una cabra; los padres enterraban vivas a sus hijas, para, dizque, despojarse del oprobio que representaba tener una hembra entre su linaje. A una cabra le eran tributado mayores miramientos que a una mujer, aquella podía correr por las arenas del desierto y alimentarse de lo que encontraba, a ésta no le estaba permitido poner un pie fuera de su casa, ni opinar en los asuntos importantes ni en los no importantes. Su matrimonio era siempre arreglado por los varones de su familia, su consentimiento no interesaba. Esto explica porque aún hoy unos pocos árabes aferrados a esas tradiciones no islámicas dan a la mujer un tratamiento no acorde con los mandatos de Dios, que como veremos más adelante proclamó la igualdad de derechos entre hombre y mujer y enalteció la condición de esta última. En la Arabia preislamica, al igual que en la India, la mujer siempre era tratada como una cosa propiedad de algún hombre. Cuando moría su esposo, los parientes de éste era los que decían que hacer con ella y se la pasaban unos a otros sin consultarla. No se respetaban sus más mínimos derechos; no concebían, siquiera, que los pudiera tener.

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