Desde el primer momento, la participación y contribución de la mujer en la construcción de la sociedad ha sido esencial, sin ella simplemente no seriamos. Y no nos referimos sólo a su rol en la procreación, sino al papel decidido que ésta ha jugado en todos los ámbitos del ser de la humanidad. La mujer desde tiempos inmemoriales ha prestado su concurso en labores económicas, médicas, culturales, morales, etc. Casi siempre su trabajo ha sido más arduo y prolongado que el del hombre y en la mayoría de las comunidades la participación del trabajo femenino en el ámbito productivo y de subsistencia fue el que permitió darle valor y trascendencia al quehacer y a las labores del hombre. Desde un comienzo hombre y mujer, han constituido cada uno una mitad que necesita de la otra para poder ser.
No obstante lo anterior, el hombre se ha negado a reconocerle a la mujer su verdadero valor, ha denigrado de ella y menospreciado, sistemáticamente, las labores realizadas por ésta, las que ha considerado, incluso, indignas de ser hechas por hombres. Los conceptos ideológicos y culturales, manipulados por el hombre y alejados de los mandatos divinos, tratan de manera peyorativa el trabajo realizado por la mujer, lo consideran como no esencial y ni siquiera se tienen tales labores como trabajo y a ella - a la mujer - se la tuvo (y se la tiene aún en algunos círculos) como incapaz de concebir ideas o de hacer algo productivo.
Los sabios y filósofos de la antigüedad discutían sobre ella, arduas fueron las polémicas acerca dé sí poseía alma o no; los que admitían que tenía alma, debatían si ésta era humana o animal. Nunca se le trató como igual al hombre, su condición social se la daba el linaje de su esposo, nunca su propia condición personal o las labores que realizaba y mucho menos su condición de mujer.
Lo anterior le ha permitido al hombre mantenerla sometida y dominada, le ha desconocido y restringidos sus derechos y libertades. Se le ha desconocido su condición de ser humano y su contribución a la construcción de la sociedad y se le ha estigmatizado de mil formas, con lo que se sentaron las bases para pisotearlas, humillarla en su persona, en su dignidad y en lo que representa en la comunidad. Sobre ella se lanzaron toda clase de oprobios: por un lado se la tuvo como de naturaleza inferior al varón, se decía que solo servía para calmar la pasión del macho y para parir. Por otro lado, se le consideró madre del pecado, de la tentación, del mal, de la corrupción, de la podredumbre y se la instaba a encerrarse en los conventos y en las habitaciones más obscuras de las casas, a mortificar su carne y su corazón para redimir, lo que decían era su negro destino. Todo lo relacionado con ella se miraba como incitación al pecado.
Como muestra de lo anterior, esbozaremos la condición a la que se vio sometida la mujer en diversos pueblos:
No obstante lo anterior, el hombre se ha negado a reconocerle a la mujer su verdadero valor, ha denigrado de ella y menospreciado, sistemáticamente, las labores realizadas por ésta, las que ha considerado, incluso, indignas de ser hechas por hombres. Los conceptos ideológicos y culturales, manipulados por el hombre y alejados de los mandatos divinos, tratan de manera peyorativa el trabajo realizado por la mujer, lo consideran como no esencial y ni siquiera se tienen tales labores como trabajo y a ella - a la mujer - se la tuvo (y se la tiene aún en algunos círculos) como incapaz de concebir ideas o de hacer algo productivo.
Los sabios y filósofos de la antigüedad discutían sobre ella, arduas fueron las polémicas acerca dé sí poseía alma o no; los que admitían que tenía alma, debatían si ésta era humana o animal. Nunca se le trató como igual al hombre, su condición social se la daba el linaje de su esposo, nunca su propia condición personal o las labores que realizaba y mucho menos su condición de mujer.
Lo anterior le ha permitido al hombre mantenerla sometida y dominada, le ha desconocido y restringidos sus derechos y libertades. Se le ha desconocido su condición de ser humano y su contribución a la construcción de la sociedad y se le ha estigmatizado de mil formas, con lo que se sentaron las bases para pisotearlas, humillarla en su persona, en su dignidad y en lo que representa en la comunidad. Sobre ella se lanzaron toda clase de oprobios: por un lado se la tuvo como de naturaleza inferior al varón, se decía que solo servía para calmar la pasión del macho y para parir. Por otro lado, se le consideró madre del pecado, de la tentación, del mal, de la corrupción, de la podredumbre y se la instaba a encerrarse en los conventos y en las habitaciones más obscuras de las casas, a mortificar su carne y su corazón para redimir, lo que decían era su negro destino. Todo lo relacionado con ella se miraba como incitación al pecado.
Como muestra de lo anterior, esbozaremos la condición a la que se vio sometida la mujer en diversos pueblos:
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